MICHAEL VICK Y EL ENCARCELAMIENTO COLECTIVO
PITTSBURGH -- "Michael Vick es un monstruo", exclama Linda An desde la seguridad del Internet. Becky insiste: "no pienso que este asesino de perros deba permitírsele caminar por las calles". Robin Robinson lo despliega de forma más contundente: "vete al infierno, Michael Vick. Allí es donde perteneces, no en Pittsburgh".
Esos comentarios en una petición de Change.org que tiene casi 35 mil firmas, representan una porción de la hostilidad que acompañó el acuerdo más reciente del mariscal de campo con los Pittsburgh Steelers. Grupos de Facebook crearon ropa anti-Vick; una guardia con velas fue sostenida por "las víctimas de Michael Vick"; la Liga de Rescate Animal manifestó que a Vick no lo deben dejar perseguir su profesión.
Vick se precipita para elogiar a todos los aficionados y jugadores que lo han apoyado durante los altibajos de su carrera. Él es el ejemplo de rehabilitación exitosa en una sociedad que no perdona. Sin embargo, hay quienes ven su expediente criminal como imborrable. Al igual que cientos de miles hombres y mujeres afroamericanos marcados de forma desproporcionada con la C de criminal, Vick está encadenado a la percepción que su error es todo su legado.
"He tenido la fortuna de ver más gente dispuesta a ayudarme que aquellos que quieren verme sufrir. Ese grupo de personas, ellos saben quiénes son", expuso Vick en una entrevista. "Pero siempre tendrás el grupo selecto de personas que nunca estará de acuerdo con ciertas cosas que la gente ha hecho en su vida".
Vick, alguna vez el jugador más electrizante del fútbol americano, ha pagado deudas federales, profesionales y morales. Pagó al menos 15 millones de dólares de los 17.8 millones que debía por la bancarrota, y llevó una legislación en favor de los animales directo al Capitolio. Odiado o amado, es uno de las ciudadanos modelo del deporte profesional en una era que la NFL y la mala prensa son sinónimos.
El primer mariscal de campo afroamericano que fue reclutado 1° global, se da cuenta que su madurez nunca será aceptada por algunos.
"Él quiere demostrarle a la gente lo contrario", considera Tommy Reamon Jr., un amigo de Vick cuyo padre entrenó al pasador en la Warwick High School de Newport News, Virginia. "Y él sabe que le puede tomar el resto de su vida hacer eso".
Ese reto no es exclusivo para Vick. Es indicativo de un tema más grande que vive en la sociedad contra los ex convictos, en esta era del encarcelamiento masivo. Los inicios frescos son una rareza cuando se aparejan con un registro criminal, especialmente cuando la habilidad de lanzar un balón 60 yardas no forma parte del currículum.
Más de 1.5 millones de personas fueron encarceladas en el 2013, de acuerdo con The Sentencing Project, y más del 60 por ciento fueron hombres y mujeres de color. Esa disparidad racial se debe a políticas más severas y selectivas que tasas criminales, según hallazgos de varios estudios. Estados Unidos tiene una obsesión con los castigos.
"No tienes al 5 por ciento de la población mundial y 25 por ciento de la población encarcelada sin esa noción de castigo realmente arraigada", sostuvo John Wetzel, secretario de correcciones de Pennsylvania. "No creo que alguien pueda refutar eso si llega a ver las cifras".
"Vean toda la industria que se deriva de encarcelar gente mediante el sistema judicial", expuso el ex corredor de Ohio State Maurice Clarett, quien cumplió una condena de 42 meses en prisión por robo agravado, y hoy es asesor de atletas jóvenes. "A través de los contribuyentes fiscales, a cómo pasa de los abogados a los jueces, hasta el sistema de libertad condicional y todo eso. Eso te explicará la motivación detrás de ello".
Pero la marea está empezando a cambiar. El congreso finalmente se está dando cuenta, en estilo bipartidista, las cicatrices que inflige un complejo industrial de prisión, principalmente en la familia afroamericana.
La mayor parte de la atención nacional se enfoca en los nombres: Michael Vick, Ray Rice, Adam "Pacman" Jones. Pero existe una epidemia que ha entrampado a millones de estadounidenses promedio. Tomen por ejemplo a Ricky Wyatt, un hombre de 29 años oriundo de Virginia que cumple una sentencia de 9 años y medio por armas federales y falsificación. Una entrevista con Wyatt ilustra el deseo de los delincuentes por darle la vuelta a sus vidas, y su pesimismo sobre la segunda oportunidad.
"Yo, para empezar, no busco empatía, sino la oportunidad de vivir como un hombre esforzándose por ser productivo y no sólo una estadística", escribió Wyatt en un correo electrónico. "Ese es un sueño que podría nunca volverse realidad".
La prisión es una puerta giratoria para muchos reclusos. Las tasas de reincidencia son más altas en los delincuentes afroamericanos, con 81 por ciento siendo arrestado por un nuevo crimen dentro de un período de cinco años tras su liberación, cifra mayor al 75 por ciento de los hispanos y 73 por ciento de caucásicos, de acuerdo con el Bureau of Justice Statistics. A la inversa, una vez que la persona pasa siete u ocho años sin cometer un delito, afirma Michael Thompson, director del Concejo de Gobiernos Estatales, "no tienes más posibilidades de involucrarte con el sistema de justicia que una persona que nunca ha cometido un delito".
Michael Vick lleva seis años. Y contando. Tuvo el fútbol americano para recargase. La mayoría de los delincuentes liberados no han desarrollado habilidades laborales y frecuentemente se les niega empleo, lo cual los orilla nuevamente a los ambientes ilícitos.
"Si no tienes un plan", suele aconsejar Vick, "no tienes nada".
El documento "La Marca de un Expediente Criminal" de la socióloga Devah Pager, reveló el impacto negativo que la raza y los antecedentes penales genera en las oportunidades laborales para ex convictos. En su estudio se concluye que sólo 5 por ciento de los afroamericanos con expediente criminal fueron llamados de regreso para una entrevista de trabajo, comparado con el 34 por ciento de los caucásicos. Ahondando, los solicitantes de color sin antecedentes tienen menores posibilidades de obtener entrevistas que los candidatos caucásicos con un delito en su historial.
"Todavía mantenemos una imagen de cómo son los delincuentes violentos", declara el Dr. Alex Piquero de la Universidad de Texas en Dallas. Él contribuyó en el estudio "Raza, Castigo y la Experiencia Michael Vick", el cual halló que los caucásicos tienen más posibilidades de pugnar por sanciones más severas para Vick y un veto de la NFL, mientras que las personas de otras razas mantuvieron visiones opuestas.
Cuando la Liga de Rescate Animal mudó su recaudación de fondos al Heinz Field de Pittsburgh, se argumentó que más allá del "esfuerzo" de Vick por dejar atrás sus errores, él no debía "continuar una carrera pública de alto perfil e influencia". Esta premisa de juez-jurado-verdugo suena familiar para muchos ex convictos: estás tratando, pero no estoy listo para perdonarte. Son parias, mejor hechos para "tres comidas al día y una sábana" que una segunda oportunidad.
Si Vick, un atleta de clase mundial y un código de truco en el Madden 2004, se topó con dificultades para compensar su pasado, imaginen la carga psicológica del ex convicto afroamericano promedio.
"No quiero decir que éste es el caso para todos", argumenta Clarett. "Pero cuando se trata de gente afroamericana en general, veremos un rato difícil para superar ese proceso de recibir una segunda oportunidad".
Vick evita hablar de segundas oportunidades. No porque no crea en el concepto. Él es producto de una. En lugar de eso, él entiende lo escasas que son.
"Lo que trato de transmitir es que no te pongas en una posición donde la vayas a necesitar", advierte. "Porque no todos van a ser tan indulgentes, especialmente y con dependencia en lo que sucedió".
El tiempo de juego de Vick en Pittsburgh estará atado a la salud de Ben Roethlisberger, el futuro mariscal de campo Salón de la Fama que ha superado su propio pasado turbio. Pero Vick no está enfocado únicamente en las yardas desde la línea o touchdowns. Él describe las prácticas, los lazos del vestidor y el sentimiento sublime de tomar el campo cada domingo como "una bendición por sí sola". El poder de una oportunidad es la habilidad de aprovecharla. Tener influencia en cómo lo recordarán, dentro y fuera del campo, es un privilegio que Vick no da por sentado. Y es un lujo que se le escapa a cientos de miles de hombres y mujeres afroamericanos, al tiempo que tratan de escapar a la puerta giratoria penitenciaria.
Por Justin Tinsley | The Undefeated
ESPN.com (EE.UU.)